Se trata de una serie estudios en torno al papel que juega este concepto en distintas sociedades. El género posee diferentes acepciones, de las cuales una de las que más preocupa a esta causa es la que involucra a un grupo de ideas, atributos y representaciones que culturalmente identifican a un hombre o a una mujer.

O sea que la cultura en la que crecemos alimenta expectativas de lo que supone el género masculino o el género femenino.

Por ejemplo, en muchas culturas se espera que el hombre trabaje (y que trabaje en actividades que involucren la fuerza física: leñadores, cazadores, constructores: todo lo demás no cuenta) para llevar el alimento a la casa, donde también se espera que las mujeres se dediquen al cuidado perfecto de los hijos y las tareas del hogar.

La teoría de género es una puerta a la comprensión. A reconocer que los seres humanos forjamos identidades particulares. El concepto surge en un contexto histórico que posibilita su existencia gracias a la defensa de los derechos humanos y las garantías individuales, en el marco de la lucha por la igualdad.

¿Te imaginas compartir el mismo concepto cultural de género que hace 100 años? Sí, algunos todavía viven en el siglo pasado; sin embargo, a nivel general es posible percibir un cambio lento pero valioso. Personas que se identifican como hombres o mujeres tienen mayores posibilidades de cumplir con expectativas propias y no con las que les son impuestas.

Los retractores de la teoría de género, sobre todo por ausencia de información, lanzan aseveraciones del tipo “¡quieren lavarle el cerebro a nuestros niños!” o “la teoría de género es mala; yo no crecí con ella y me encuentro perfecto”. Se han olvidado que incluso ellos se han beneficiado de ella en el camino al desarrollo de la inteligencia humana.

Y sí, la teoría de género también posee bases científicas para corroborar su validez. Es cosa de abrirse al conocimiento. Es cosa de abrir las puertas al conocimiento. Es cosa de querer comprender. Es cosa de buscar la libertad.