La violencia de género es un tema que debe atacarse desde todos los ámbitos. Y nunca es demasiado pronto para actuar en pro de eliminar este flagelo. Las iniciativas que apuntan a la formación en valores de igualdad y respeto, desde las primeras etapas de la vida del individuo, pueden ser la punta de lanza para superar con éxito esta situación.

Diversos autores han establecido la estrecha relación entre sexismo y maltrato. Un estudio reciente evidenció una vez más que los comportamientos sexistas que refuerzan los roles de género, juegan un papel fundamental en la perpetuación de las desigualdades por sexo y la violencia en la pareja.

La teoría del aprendizaje social señala que las actitudes sexistas se originan en experiencias e influencias de género provenientes del entorno familiar y escolar, así como de conductas derivadas de la normativa social e institucional.

En esta investigación, titulada “Actitudes sexistas y reconocimiento del maltrato en parejas jóvenes”, se presta especial atención al maltrato no percibido. De sus resultados se desprende que los individuos más igualitarios, es decir, aquellos que son más propensos a reconocer a sus pares independientemente de su sexo, tienen una menor probabilidad de sufrir o ser causantes de maltrato no percibido.

Considerando la alta prevalencia de jóvenes víctimas de esta situación, conseguir un cambio en las actitudes sexistas es el primer paso en la lucha contra la violencia de género.

Llama la atención el peso que la actitud laboral tiene en el reconocimiento del maltrato. Se afirma que, en general, son los varones quienes mayor acuerdo expresan con la discriminación sexual y, en consecuencia, son quienes justifican en mayor medida la violencia contra las mujeres.

Señalan los autores que aquellos individuos que muestran actitudes o aspiraciones laborales opuestas a la norma social para su género (por ejemplo, una mujer que desea ser electricista) se ve forzada a distanciarse de esas normas y, por ende, a mostrar un mayor rechazo al sexismo.

Esto vendría a confirmar la tesis que sugiere que es necesario diseñar actuaciones tendientes a desterrar los prejuicios laborales que aún imperan en la sociedad.

Y esta es una tarea que debe emprenderse desde los primeros años de vida de los niños. Como adultos tenemos una gran responsabilidad en la perpetuación de las creencias sexistas.

Muchas veces sin darnos cuenta reforzamos estereotipos de género, con acciones tan triviales como la escogencia de juguetes para nuestros hijos. Debemos acabar con la idea de que existen juegos más apropiados para varones o para hembras. Dado que los chicos aprenden jugando, esta es la primera herramienta, y la más efectiva, para fomentar una educación igualitaria.

¿Por qué no puede un niño jugar con muñecas? ¿Qué hay de malo en que una niña juegue con herramientas de carpintería? ¿De dónde proviene la idea de que el rosa es un tono netamente femenino? Sostener estos dogmas sólo contribuye a perpetuar el estigma de la debilidad femenina frente al poder del hombre y da pie a conductas de dominación, que se convierten en la puerta de entrada al universo de la violencia de género.