Cuando hablamos de maltrato infantil en nuestra sociedad occidental “civilizada” pensamos en algo lejano, algo que no nos toca, ni como familia, ni como padre ya que “somos buenos padres” y que eso queda en las familias pobres, sociedades marginales o países “tercermundistas”. Es lamentable la inconsciencia que existe en reconocer que la violencia y el maltrato infantil radica en el seno de las familias y que somos los padres los que por el afán de disciplinar podemos lesionar gravemente a nuestros hijos, no sólo físicamente (se puede dañar mortalmente) sino también moralmente, dañando la autoestima de nuestros hijos para toda la vida.
Los padres reaccionan violentamente por varias razones, una de ellas puede ser la necesidad de sacar los sentimientos de frustración y desdicha que viven cotidianamente, y su válvula de escape son los hijos que se encuentran más vulnerables y con menos posibilidades de defenderse.
Investigaciones aseguran que la conducta de abuso hacia los hijos en muchos casos es debida a que los padres carecieron de cuidados maternales en la primera infancia; por lo tanto, esto provoca una carencia de sentimiento de ser cuidado por alguien y por tanto no sienten la necesidad de cuidar maternal o paternamente a sus hijos.
La agresividad hacia los niños crece cada día, provocando así que estos mismos en su etapa adolescente reproduzcan los mismos patrones. Pero ¿qué entendemos por agresividad? Agresividad es cualquier acto que provoque dolor a otro y tienen un componente de intencionalidad. Konrad Lorenz comenta que la agresividad puede ser una descarga instintiva que tienen otras especies como el instinto de lucha para subsistir. Podemos entonces analizar a la agresividad como catarsis. Otra como se mencionó anteriormente puede ser ver a la agresividad como reacción frente a la frustración entendida esta como impedimento o bloque del comportamiento dirigido a la consecución de un objetivo. Esto puede no ser tan secuencial, pero si vemos que la frustración produce ira y que es una de las claves para la generación de actos agresivos.
También podemos ver a la agresividad como resultado de un aprendizaje observacional, así que las personas que viven en condiciones sociales y ambientales agresivas suelen repetir esta conducta. Un ejemplo es que si un niño ve que su papá recibe algún tiempo de recompensa luego de golepearlo (la madre es cariñosa con él) tenderá a imitar el comportamiento golpeador cuando la situación se presente.
Los psicólogos suelen combinar las tres ópticas para analizar la agresividad familiar. No debemos de dejar de hablar del abuso sexual en nuestros niños, un tema sumamente preocupante y que como “tabú” se vive en el seno de nuestras familias latinas.
En nuestra sociedad aceptar que adultos puedan sentirse atraídos sexualmente por bebés, niños y adolescentes y que los involucran en actividades sexuales es algo muy difícil y se prefiere minimizar el problema o simplemente no verlo.
El abuso sexual en menores implica la imposición de actos sexuales a los menores de edad que va desde una conducta sexual explicita o simulada. Deben existir dos elementos para definir una situación como abuso, qna es la diferencia de poder entre los involucrados, es decir el adulto tiene autoridad sobre la víctima que sería el menor y por tanto tiene capacidad de forzarlo; y la otra, diferencia de conocimiento, una de las partes tiene más conocimiento de lo que está siendo y puede comprender y prever la consecuencia de sus actos.
Cuando hablamos de factores de riesgo debemos tener en cuenta lo siguiente:
- Sexo: las niñas sufren más abuso que los niños, proporción de 4 a 1.
- Edad: Los niños entre 8 y 11 años son más vulnerables. (La pubertad es una etapa crítica)
- Clase social: Se presenta el abuso en todos los sectores.
- Aislamiento social: El aislamiento puede ser resultado del abuso ya que hos niños tienden a alejarse por vergüenza y temor a la estigmatización.
- Ausencia parental: Cuando no están los padres o cuando hay una relación conflictiva entre ellos se suele ver mayores niveles de abuso.
Deben existir varios factores para llegar al abuso y entre ellos existen factores predisponente y contribuyentes. Los primero están dados por los adultos debido a las experiencias propias de la infancia y su incapacidad de controlarse; los segundos, pueden ser el nivel cultural, los valores machistas, agresivos y de control y la falta de protección de algunos niños, abuso del alcohol y drogas.
Las consecuencias deh abuso en nuestros niños es enorme y sin precedentes, para ello se puede dividir en 4 áreas dichos efectos:
- Una sexualización traumática provocando una inicialización precoz y traumática de la sexualidad, provocando una conducta sexual agresiva, compulsiva o disfunciones sexuales y/o rechazo a la intimidad sexual.
- Estigmatización que produce el abusador al culpabilizar o denigrar al niño, reaccionando este con terror, vergüenza, culpa, baja autoestima, etc… y por tanto, puede llevar al abuso del alcohol, drogas o conductas autodestructivas.
- El sentimiento de traición que tiene el pequeño, al sentirse manipulado, sobre todo cuando el abusador es alguien cercano, esto afecta la capacidad de confiar y puede provocar hostilidad, conductas de plena dependencia, agresividad, conductas delictiras o vulnerabilidad a futuras victimizaciones.
- Desamparo como sentimiento de consecución después de haber sido forzado o manipulado en su intimidad, esto se expresa a través de pesadillas, fobias, depresión, e incluso en convertirse en un futuro agresor.
Es muy importante enseñar a nuestros hijos que nadie puede tocarlos de una manera que los haga sentir mal, la crianza con apego, los valores, el cariño maternal y paternal, la protección y la comunicación son fundamentales para favorecer la autoestima de nuestros hijos para no permitir en ellos actos de esta índole.
Por otra parte, son las instituciones públicas las que deben impulsar programas de reparación para la superación del daño de los niños pero a la vez programas para prevenir el maltrato por medio de charlas, talleres y cursos orientados a los padres.