A día de hoy, nadie puede negar que el tabaco es uno de los peores hábitos que un ser humano puede tener. Cada año millones de personas mueren, cajetilla en mano, creyendo que fumar no les afecta ni a ellos ni a su gente cercana.

No solo provoca enfermedades, sino que además recrudece la incidencia de otras dolencias, como el cáncer de pulmón, infecciones respiratorias, arterioesclerosis o la enfermedad pulmonar obstructiva crónica.

Esto no afecta solo a patologías graves, sino también a la capacidad de respuesta que tiene el cuerpo para curarse de un corte o de un golpe. Mientras una persona sana tarda dos o tres días en ver desaparecer la marca, un fumador puede tener que esperar cinco días.

Los efectos sobre el tabaco en el sistema inmune están más que demostrados, ya que la inhalación de humo provoca cambios en la respuesta inmune, tanto en la adaptativa como en la innata.

En nuestros pulmones están los macrófagos alveolares, que tienen la responsabilidad de articular la respuesta inmune de los mismos. Los macrófagos se ven muy afectados por el humo del tabaco y su número puede aumentar de forma exponencial, provocando que haya niveles desorbitados de citoquinas pro-inflamatorias, que inflaman las vías respiratorias.

Esto a su vez ayuda a que se destruya tejido pulmonar y hace más fácil que se produzcan infecciones respiratorias. Por otra parte, el humo también estimula que los neutrófilos segreguen enzimas que contribuyen a la destrucción alveolar y que producen moco, obstruyendo las vías aéreas.

Un fumador que padece gripe, por ejemplo, es más propenso a desarrollar una pulmonía que otra persona sin ese hábito, ya que el tabaco disminuye la capacidad de respuesta del sistema inmune.

Las personas que padecen enfermedades inmunitarias deben saber que tener un hábito como el tabaco solo empeorará sus condiciones de salud, sino que también pone más peligro en su vida.

Por ejemplo, los pacientes con lupus eritematoso sistémico que fuman sufren un índice de la enfermedad un 50% superior al que tienen los pacientes de LES no fumadores. Los estudios demuestran que el tabaco afecta a la pérdida permanente de cabello y negativamente a los procesos de cicatrización de la piel, además de interferir con la eficacia de algunos medicamentos.

En el caso de las personas con esclerosis múltiple el resultado es bien parecido. No solo el mismo hecho de fumar aumenta las posibilidades de sufrir esclerosis múltiple, sino que el hábito provoca una peor evolución de la enfermedad, haciendo que se acumulen más discapacidades en un periodo de tiempo más acelerado que las personas sanas.

Quienes tienen artritis reumatoide, por su parte, deben saber que el tabaco influye en un desarrollo más agresivo y de mayor destrucción articular de la enfermedad. Aunque se trata de una patología de origen genético, los fumadores pueden llegar a desarrollarla de forma más prematura y su cuerpo responde peor al tratamiento.

Y no solo esto. Quienes sufren con patologías inmunitarias y fuman, también pueden desarrollar otras dolencias pulmonares que agraven su estado de salud general y que nada tenían que ver con su cuadro médico habitual.

No hacen falta más razones para animar a todo el mundo, sufra o no una enfermedad autoinmunitaria, para aparcar el tabaco e intentar llevar una vida con los hábitos más saludables posibles.