Algunas veces nos quejamos de lo mucho que la sociedad moderna sobrevalora la imagen. Ya no se trata de lo que a diario se nos ofrece como modelo de belleza. Sino que en todo lo que vemos se refleja una estética sofisticada, consumista, plástica y artificial. Los cuerpos son cada vez más estilizados. Tanto que ni las modelos perfectas escapan a los retoques fotográficos en las revistas de moda. La esclavitud y la crueldad de la imagen torturan a adolescentes impresionables y maduritos descontentos. Unos decididos a no darse por vencidos en su necesidad de aceptación social, mientras otros luchan por no resignarse ante el paso del tiempo.

Pero lo más curioso es cuando esa batalla por la belleza salta a la mesa de comensales hambrientos. Muchos chefs han decidido emprender el camino de la perfección en la mesa, convencidos de que crear esculturas gastronómicas es dar a la cocina un status de arte.

La gastronomía, sin embargo, es más que arte. Es una forma de expresión, parte de nuestro patrimonio cultural, reúne tradiciones ancestrales y modernas, y el que las sabe integrar, uniendo sabores, sencillez y estilo tiene muchas posibilidades de ser un buen chef.