El lupus es una de las enfermedades sobre la que más mitos penden. Esta dolencia provocada por el sistema inmunitario es muy desconocida y de esa falta de información surgen algunas afirmaciones falsas que dañan la imagen de las personas que la padecen y estigmatizan su convivencia con la misma.
Uno de los mitos más extendidos es que se trata de una dolencia que solo afecta a mujeres, cuando no es cierto. Nueve de cada diez casos se presentan en mujeres, pero los hombres también pueden desarrollar esta patología, aunque su número es escaso.
Eso sí, a partir de los cincuenta años la proporción de hombres pasa de ser de un 10% del total a un 25% de los casos, algo que mucha gente desconoce y que hace que los varones que tienen esta patología se sientan solos e incomprendidos.
Otra de las ideas erróneas que rodean al lupus es que la fatiga que los pacientes muestran, en mayor o menor proporción según su caso, se debe a la pereza, a las pocas ganas de hacer cosas y no a su enfermedad.
La realidad es que un 80% de los pacientes de lupus sufren una fatiga severa que imposibilita que hagan con normalidad tareas como hacer la cama o ir a la compra. Muchos se ven obligados a dejar de trabajar y se sienten afectados psicológicamente por verse en ocasiones ‘inútiles’ o que deben ayudarles en todo.
Una persona que padece lupus elegiría antes poder ir a trabajar, salir a cenar, hacer excursiones, viajar o hacer deporte a tener fatiga, pero su enfermedad se lo impide, por lo que no tiene sentido pensar que es su voluntad.
Los médicos aconsejan que lo sano tanto para el cuerpo como para la mente es aceptar los límites que el lupus impone en la vida, obligarse a descansar, planificar qué hay que hacer, alimentarse correctamente, dejarse ayudar e intentar hacer ejercicio dentro de las posibilidades de cada uno.
Hay quien dice que el lupus causa depresión, pero quizás habría que matizar que en realidad se puede tener una depresión a causa del lupus. Depende de cada persona, su situación, el apoyo que tenga, pero no tienen relación directa, ya que el lupus es una enfermedad autoinmune y la depresión, una enfermedad mental.
Cualquier persona que sufra una enfermedad crónica grave puede verse envuelto en una depresión por sentirse solo o incomprendido, por no aceptar lo que le ocurre o por no conseguir ser feliz con su nueva realidad, pero eso no significa que la dolencia le provoque una depresión, sino que tiene una depresión a causa de una patología crónica. Aún así, no todos los enfermos crónicos, afortunadamente, desarrollan una depresión.
Por último, otro de los problemas a los que se enfrenta una persona con lupus llega cuando alguien que desconoce la enfermedad ve cómo el paciente ingiere una cantidad de pastillas diaria que supera lo que puede considerarse normal y cree que está ante un adicto, encantado de medicarse o sobremedicarse.
Una persona que padece lupus se ve obligado, le guste o no, a medicarse para paliar los efectos de su enfermedad. No se consideran adictos sino dependientes y probablemente una amplísima mayoría preferiría no tomar ninguna pastilla, pero no tienen más remedio si quieren que su vida se acerque a lo normal.
El esfuerzo por llevar una vida digna hace que cualquier paciente se esfuerce por interiorizar que la veintena de pastillas que se toma son las que le hacen estar bien y con el lupus bajo control, por lo que ser señalados como adictos ni es respetable ni tiene sentido.