Numerosas veces vemos cuántas personas desean cumplir su sueño de montar un elefante y de sentir la magnificencia de ese animal desde su lomo, en algunos casos porque les permite sentirse más cerca de estas especies que tanto aprecian, y otras tantas para sentirse omnipotentes dominando a un gigante. Sin embargo, pocas veces se detienen a pensar por qué ese animal tan poderoso, en su ambiente natural, se muestra tan sumiso y vacío frente al ser humano, a quien supera ampliamente en fuerza, tamaño y en muchos casos inteligencia.

Lo que se muestra como algo divertido e incluso educativo, tal como paseos en elefantes (con o sin silla en el lomo), elefantes pintores, malabaristas o trapecistas e incluso falsos santuarios, tiene un origen sumamente doloroso y triste. Diariamente, numerosas crías son capturadas de la vida silvestre, matando a sus madres e incluso a otros miembros de la familia que luchan por defenderlas, para luego ser sometidas a un proceso de tortura para su “domesticación”. En caso que nazcan en cautiverio, los mahouts (personas que tiene los animales a cargo) las separan rápidamente del lado de la madre, porque de otro modo no podrían “quebrarle el espíritu y entrenarlos”. La técnica utilizada en Tailandia es el Pajaan cuyo principal objetivo es “Romper el espíritu del elefante” para que se vuelva totalmente sumiso ante el ser humano. Las pequeñas crías son encerradas en ínfimos corrales donde encadenan sus patas y reciben continuamente golpes en todo su cuerpo con palos y ganchos, las privan de agua, comida y descanso. Esto se repite continuamente durante varios días, agotando y traumando a los animales de tal manera que nunca más tendrán voluntad propia por temor a aquello que les espera de la mano del hombre.

Un elemento que se puede observar a simple vista es el “ankus” o gancho metálico que utilizan los mahouts para dominar a los elefantes, por lo cual sufren continuas heridas y pinchazos en su cuerpo; aunque sólo digan “sólo se lo apoyamos, no se lo clavamos” podremos ver por ejemplo marcas en sus frentes. A medida que crecen, los elefantes son entrenados para transportar personas en pesadas sillas que dañan su columna, ya que sus cuerpos no están preparados para resistir tanto peso ni las estructuras metálicas que laceran su piel. También existen lugares donde los paseos se realizan sin sillas, esto le quita peso que soportar al animal, pero aun así sigue siendo algo perjudicial para su salud. En otros espectáculos los hacen pararse en dos patas sobre pequeñas superficies o realizar ridículos bailes, prácticamente imposibles de tolerar por su anatomía. Lo cual, a mi parecer, es degradante, muy triste y nada divertido. Los hacen “pintar”, algo que un elefante nunca realizaría naturalmente, salvo que una persona le dé indicaciones a medida que lastima con clavos sus orejas para que el turista pueda llevarse feliz su cuadro pintado con sufrimiento. Si prestas un poco de atención vas a ver como en la mayoría de los casos el mahout lleva a su elefante agarrado de la oreja, muchas veces solo hace presión y muchas otras la acompaña con un clavo que lo pincha para tener mayor control.