Muchos conflictos tienen como origen un dilema: elegir entre lo que se siente y lo que se piensa. Se decida lo que se decida siempre se tiene sensación de perder.

Si se actúa de acuerdo con lo que pensamos generalmente se vive con sensación de obligación, una gran dosis de tristeza y sacrificio, tarde o temprano saldrán brotes de rebeldía.

Si en cambio se hace a favor del corazón se suele vivir con una mezcla de entusiasmo pero también de culpa y peligro o de que algo saldrá mal. Más tarde saldrán los remordimientos e incluso según la evolución arrepentimiento.

No olvidemos que están enfrentadas dos partes con un rango de importante de nosotr@s mism@as, y que haga lo que se haga se perderá, porque se produce un resquebrajamiento interno y esto siempre trae consecuencias negativas.

Llegados a este punto, tenemos que actuar como si fuésemos mediadores entre dos personas, cada una tiene sus motivos y sus razones. Una habla desde el sentido común y lo establecido, la otra reivindica su derecho a sentir. La primera suele ser la restrictiva o la que prohíbe y la segunda la que anima y protesta. Las dos merecen ser escuchadas y tenidas en cuenta, no verse ninguna como enemiga (algo que se le endosa a la parte que piensa), ni como liberadora (esto se suele otorgar a la parte que siente), porque como he dicho antes ponerse a favor de alguna de ellas siempre conlleva ponerse en contra de la otra.

Antes de plantear cualquier acción o tomar una decisión, merece la pena centrarse en el conflicto interno, observarlo y dedicar la atención a resolverlo, bien por un@ mism@ o con la ayuda de un profesional.

El objetivo es conseguir la integración completa, creando una nueva sensación en la que se resuelva la parte opresora y la mejor manera de hacer viable lo que el corazón desea, encontrando esa sensación de equilibrio y equidad que ayudará a resolver y tomar mejores decisiones.