Cuando nos convertimos en padres, tenemos entre otras, dos responsabilidades esenciales hacia nuestros hijos: Educarlos y Protegerlos.
Con la educación, ofrecemos herramientas necesarias para que puedan desenvolverse satisfactoriamente en el entorno social donde crecemos y vivimos.
Con la protección, les aseguramos la supervivencia, especialmente cuando son bebés y dependen enteramente de los adultos.
Los seres humanos, somos la especie animal mas susceptibles cuando somos pequeños y los que más necesitamos de nuestros padres para sobrevivir. Un bebe humano abandonado, no tiene ninguna posibilidad de salir adelante, en contraposición a otras especies animales, que incluso quedando huérfanos con meses de vida, tienen más capacidad para desenvolverse.
Con protección, entendemos satisfacer de nutrientes y alimento a nuestros retoños, y protegerlos de peligros. Pero en ocasiones se tiende a generalizar los peligros y la preguntas que debemos responder es: ¿Protegemos los padres en exceso?
Cuando escucho historias de la crianza de nuestros padres, siempre me da la sensación que se criaban prácticamente solos y en la calle. Realizando actividades al aire libre, junto con los otros hermanos, primos y vecinos…sin supervisión paternal. Actividades como trepar árboles y cazar serpientes, que pondrían los pelos de punta a cualquier adulto.
En aquellos años, las madres jóvenes y con familia numerosa, no podían estar tan pendientes de todo lo que emprendían sus hijos
Ahora, la estructura familiar ha cambiado, las familias no son numerosas y la mujer ha salido al mundo laboral. Lo que potencia el sentimiento de culpa de las madres por trabajar fuera y el que solo tengan un hijo o dos, en la mayoría de los casos, favorece a que se le preste mucha mas atención a los niños.
¿Las consecuencias de la sobreprotección?
- Evita que los hijos sean independientes y autónomos.
- Se impide el aprendizaje a través de la propia experimentación.
- Produce niños miedosos.
Los padres, contagian sus miedos y ansiedad a sus hijos. Que en lugar de descubrir y disfrutar su entorno, se convierten en niños temerosos y dependientes.
Los niños perciben el miedo de los padres, y en lugar de explorar el entorno y aprender a través de la propia experiencia. Aprenden su contexto, mirando las caras de miedo de sus padres.
Las preocupaciones, ocurren cuando todo se percibe como amenaza y catastrófico.
Una placida salida al parque, puede convertirse en un tormento, cuando todo se percibe en potencial peligro.
Y vienen acompañados por la verbalización por los : “Y si…”
Los padres excesivamente preocupados, se escudan en el “Y si…..”
- “Y si…se aleja un poco de mi, y…”
- “Y si…se cae del columpio.”
- “Y si…esos niños mayores, lo tiran al suelo”
- “Y si….¿le pasa algo?”
Las preocupaciones aparecen en forma de imágenes catastróficas.
Como padres, tendrán que estar vigilante a los peligros. Pero, la solución no es evitarle situaciones de disfrute.
Los columpios, por si se cae. Correr por el parque libremente, por si se cae. Alejarse un poco, por si …
Evalúe, cuantas veces al día utiliza la palabra “Y si….”
Porque las preocupaciones, producen pensamientos catastróficos, que rara vez ocurren y como están relacionados con la imaginación, pueden llegar a ser infinitos y desproporcionados.
Cualquier situación de la vida cotidiana, puede ser evaluada como catastrófica, y si como padres normalizamos este patrón de educación, vamos a focalizar todas las experiencias del niño como amenazas.
Debemos enseñarles a ser prudentes, pero no temerosos.
A proporcionarles experiencias seguras, pero no podemos ni debemos, evitarles “toda” experiencia.
Desde el punto de vista del desarrollo, es mas perjudicial evitar que el niño por miedo a que se caiga al suelo, lo llevemos siempre cogido del brazo, a que vaya midiendo su capacidad y su cuerpo, andando solo por el salón de casa y pegue un culetazo.
Evidentemente estaremos atentos a picos y escaleras, pero en suelo llano y sin obstáculos, deberá aprender a decirse a si mismo:
“Mira que gracioso, como aprende a andar solo”
En lugar de: “Y si… se cae al suelo”
Sea flexible, tolerante y facilite el aprendizaje y experiencias de su hijo.
Recuerdo una niña, que en el afán de protección de su madre, ésta no permitía ni un solo día de su vida que almorzara un bocadillo. Así, que en lugar de hacer como todos los niños de su clase y en una excursión almorzar un bocadillo. Su madre, le enviaba un tupper con comida casera. De esta manera, ante el “y si….no almuerza bien”, “y si…no la alimento bien”, le preparaba un tupper de comida y esto rebajaba la ansiedad de la madre frente a la preocupación sobre la alimentación. Pero sin embargo, su hija, mientras todos sus compañeros de clase jugaban y corrían en la hora del almuerzo con su bocadillo en la mano, ella tenía que permanecer sentada junto a los profesores ,a comer con su tenedor y cubierto la comida nutritiva de su madre.
La excesiva preocupación por la buena alimentación de la madre, evitaba la flexibilidad en todo momento, y finalmente evitaba el disfrute y el juego compartido en una situación con el grupo de niños de su edad.
¿Qué creen que es más perjudicial? ¿Almorzar un bocadillo o impedir que juegue y se comunique de la misma manera que los niños de su misma edad?
Cuando tenga dudas Infórmese! Con su pediatra, con un psicólogo, con libros de ecuación infantil….Pero ante la duda, no evite!
No confunda protección, con seguridad.
Termino con un relato, que no recuerdo donde leí, pero que me parece adecuado:
“Un día una niña caminaba por el bosque, cuando encontró una crisálida, y decidió recogerla y llevarla a casa para resguardarla.
Durante toda la tarde, estuvo observándolo, entusiasmada y deseosa, de poder ver su metamorfosis en mariposa.
De repente, algo pareció moverse dentro del capullo de seda, una pequeña patita velluda se abría paso duramente. Los segundos, se hacían eternos. Y la niña, presenciaba impotente como la mariposa luchaba para hacerse paso hacía la libertad.
En un intento de ayudarla liberarla de su sufrimiento, la niña decidió buscar unas tijeras y muy despacito, intentando no dañar a la mariposa, abrió un orificio para permitirle sin esfuerzo, salir. Finalmente lo consiguió.
La maravillosa mariposa, salió y la alegría de la niña se hizo inmensa, “Menos mal” pensó.
Abrió la ventana, para que la mariposa pudiese ser libre y volar.
Pero ésta, permaneció inmóvil en el marco. Sus alas plegadas y muy quieta. Pasado un rato y ante su propio asombró, ante la situación, la niña, fue a buscar a su abuelo. Le explicó que la mariposa estaba inmóvil, que no volaba.
El abuelo, la acompañó al cuarto y le explicó: “La mariposa al nacer, debe romper el capullo, ese gran esfuerzo, genera presión e inyecta sangre a sus alas, que de esta forma se expanden y le permite la fuerza para volar.
Tú, al ayudarla, en realidad, no le has permitido este proceso, y la has sentenciado para siempre.”