Desde tiempos muy remotos la diabetes ha sido una enfermedad que el ser humano ha padecido. Se acepta generalmente que en el Papiro Ebers, un tratado egipcio de medicina antiquísimo, descubierto en el siglo XIX y escrito quince siglos antes de nuestra era, fue mencionado por primera vez un cuadro de síntomas cuya descripción contenía muchos puntos en común con la diabetes.

En la tradición hindú también existen varios testimonios: los denominados Vedas, textos sagrados de la antigüedad también mencionan algunos de los síntomas característicos de la diabetes.

El médico hindú, quien vivió posiblemente en el siglo III de nuestra era, Súsruta, detalló en varios aspectos la enfermedad. De acuerdo con el estado físico del paciente y probando la orina, una práctica común para diagnosticar a alguien, Súrsuta determinaba si la persona estaba o no enferma. En la tradición hindú ya se tenían identificadas dos variantes de la enfermedad que hoy también conocemos: la uno y la dos; la que le da a personas no muy grandes, con una aparente buena salud física, y la que le da a personas maduras o de la tercera edad, con sobrepeso. Sin embargo, no se sabe con exactitud quién fue, entre Apolonio de Memfis o Areteo de Capadocia, el que le dio a la enfermedad el nombre con que hoy la conocemos. La palabra con la que los  griegos se referían a ella significaría algo similar a “lo que atraviesa”, explicando cómo los líquidos “atravesaban” el cuerpo del paciente, dando como resultado los característicos problemas de orina de las personas con diabetes.

El médico griego Galeno se refirió a ella como uno de los padecimientos menos usuales en el ser humano. La historia del tratamiento para la diabetes se remonta, lógicamente, a la antigüedad, donde se llegó a usar desde un régimen alimenticio estricto, el cual consistía en hojas verdes y vino, hasta las famosas “sangrías” y alucinógenos como la mandrágora o el opio para casos muy avanzados.

En la tradición china también era ubicada, y pareciera que la llamada “orina dulce” o las irregularidades al orinar sirvieron como una directriz en diferentes épocas y espacios para detectar la enfermedad.

El famoso Avicena, médico y científico de la antigüedad en Persia y figura capital en el desarrollo de la medicina, detalló en El canon de la medicina los síntomas de la enfermedad, así como el coma diabético para los que recetó una dieta con efectos paralelos a los de la insulina.  

Paracelso, otro de los pilares de la medicina moderna, creyó ver asientos de sal en la orina de los enfermos, vinculando la enfermedad con problemas renales.

Fue hasta el siglo XVII que el inglés Thomas Willis, otro pilar, pero de la anatomía cerebral, señaló la relación entre la orina con sabor a azúcar y la diabetes, un descubrimiento tardío comparado con los avances de las culturas de la antigüedad. Éste último resaltó que aunque en tiempos remotos no eran usuales los casos de diabetes, en esta época lo son gracias a la vida sedentaria, una alimentación descuidada y el gusto por el alcohol.

Thomas Sydenham, llamado el “Hipócrates de Inglaterra”, retomó las enseñanzas del padre de la medicina y señaló a la diabetes como una enfermedad que abarcaba diversos órganos del cuerpo: debido a que el sistema digestivo es incapaz de asimilar plenamente los alimentos, el organismo, al orinar, evacuaba lo que el estómago no podía.

Hasta los años de 1700, otro inglés, el fisiólogo experimental Mathew Dobson, analizó directamente a varios enfermos, concluyendo que tenían glucosa en el aparato circulatorio. Él atribuyó esta presencia en la sangre al resultado de un sistema digestivo deficiente.

A finales del siglo XVIII el olor característico de la orina fue detallado por John Rollo, quien estudió la diabetes y además ideó una dieta especial para minimizar la glucosa en el sistema circulatorio, por la que es hoy conocido. También fue el creador del nombre “diabetes mellitus”, proveniente del griego melli, cuyo significado es miel.

En ese tiempo hubo otro antecedente notable: cuando Thomas Cawley le hizo una autopsia a un hombre que estuvo enfermo de diabetes descubrió que su páncreas no funcionaba bien, relacionando así la importancia de este órgano con la enfermedad.

Pero el siglo XIX sería el que más progreso traería tanto a la medicina, como al entendimiento de la enfermedad. El médico y biólogo, padre de la medicina experimental, Claude Bernard, concluyo que, antes de ser orinada, la glucosa se acumulaba en el hígado, además de diverso estudio acerca del funcionamiento del páncreas.

A finales de ese siglo, Oskar Minskowski, nacido en lo que hoy es Lituania y el alemán Josef von Mering le hicieron una pancreatectomía (extracción del páncreas) a un perro. Tras la intervención quirúrgica el animal presentaba, más agudas, las características de la diabetes. Este experimento ayudó a reafirmar el importante papel del páncreas para equilibrar el azúcar en el organismo.

El descubrimiento de la insulina fue el resultado de las observaciones y descubrimiento individuales del fmala alimentacimiento individuales de rmedad. vo enfermo de diabetesarias, una mala alimentaciisiólogo alemán, Paul Langerhans, y los belgas Laguesse y Jean de Meyer: desde las formaciones celulares del páncreas hasta las especulaciones acerca de su función. Muchos fueron quienes intentaron mitigar la diabetes partiendo de los extractos del páncreas, sin embargo, durante sus pruebas con animales sucedía una reacción tóxica que en definitiva descartaba este proceso para su aplicación en el hombre.

Ya entrado el siglo XX  y aún con todas estas investigaciones y experimentos, el umbral de vida de una persona con diabetes no era alto. Y en el fondo, la búsqueda de un tratamiento para la diabetes efectivo no había avanzado mucho desde la época antigua.